Desde el primer día, la panadería no fue sólo un lugar donde se vendía pan, se convirtió en un punto de encuentro para el vecindario, un rincón donde el aroma del pan recién hecho se mezclaba con las conversaciones cotidianas, las risas y la confianza de una comunidad que creció junto a nosotros.
A lo largo de más de cinco décadas, la panadería ha sabido adaptarse a los tiempos sin perder su esencia. Pasamos de los hornos de leña a los modernos, incorporamos nuevas recetas sin dejar de lado las tradicionales, y vimos pasar generaciones de clientes que hoy traen a sus hijos y nietos, manteniendo viva una tradición que empezó con el sueño de dos personas trabajadoras.
Hoy, seguimos con la misma pasión y compromiso con el que se fundó este negocio familiar. Cada pan de payés, cada barrote de pan, las tortas, las chapatas, cada pastel y cada sonrisa entregada a nuestros clientes es un homenaje al legado de Eudald y Mercè ya todo el esfuerzo que pusieron día tras día para construir una Panadería artesanal que ha perdurado en el tiempo.
